jueves, 26 de febrero de 2015

Vienen cantando las multitudes quietas




Hablamos con Santiago C Motorizado tras su segundo show solista en Bluzz


Él Mató a un Policía Motorizado es la banda independiente más grande de Argentina de los últimos diez años. Sus shows por Europa y Estados Unidos le han dado un alcance mundial. Fue la creadora de un movimiento comparable (aunque a menor escala) con el de los también platenses Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en lo referido al culto a la banda y a su lenguaje propio. En muy pocos años, se ha convertido en el estandarte de la escena musical más efervescente del Río de la Plata, la escena de La Plata, y en la creadora de un universo propio en el que el abismo, el terror, el amor y la amistad conviven en completa armonía. Se ha diferenciado de las otras bandas de su generación y se ha convertido rápidamente en influencia seminal de una gran cantidad de grupos emergentes. Todo eso, en el mismo tiempo que quizá a una banda local le llevaría grabar su primer disco. Con un estilo musical comparable con el de bandas de rock alternativo como Pixies, Sonic Youth y Los Planetas, los de Él Mató a un Policía Motorizado son los creadores de un rock de guitarras filosas, bajos predominantes y letras que se tambalean continuamente entre el minimalismo y la honestidad más brutal.
Luego de dos discos -Él Mató a un Policía Motorizado (2004) y La dinastía Scorpio (2012)-, ambos editados por el sello independiente argentino Laptra, y tres EP aún más llamativos -Navidad de reserva (2005), Un millón de euros (2006) y Día de los muertos (2008)-, la banda sigue de gira acumulando cada vez más seguidores y definiendo un estilo que alguna vez se denominó “indie barrial” y que combina referencias musicales relativamente oscuras (el kraut rock de los años 70, el rock alternativo lo-fi de los 90) con la simpleza referencial de sus entornos más inmediatos, el cine de horror y ciencia ficción, y un espíritu lo más alejado posible del esnobismo con el que suele relacionarse a lo indie. Fueron apadrinados hace años por J, el cantante de la banda española Los Planetas, quien les abrió las puertas al mercado español y, como devolución de favores, el año pasado lograron que viajaran por primera vez a La Plata para tocar juntos. Todo parece posible para Él Mató. Cuesta creer la velocidad con la que estos cuatro amigos del liceo encontraron su voz. Antihéroes modernos en una época de cinismo extremo en la que el antihéroe se ha convertido en el nuevo héroe y tomó las riendas en el imaginario popular.
En este contexto, Santiago Motorizado es el arquetipo perfecto del antihéroe del rock: un pibe de barrio, despreocupado, barbudo, desprolijo, futbolero y sentimental. En resumidas cuentas, un buen pibe. Todo lo contrario a lo que el imaginario popular dictamina sobre una estrella de la música.
Es que los cánones han cambiado, el imaginario ya no es el mismo. Lejos de sentirse en ese pedestal musical, Santiago, además de continuar con Él Mató, hace unos años decidió comenzar un proyecto solista. Dejó el bajo y lo cambió por una guitarra, pero siguió cantando sus canciones. El único problema de tener un universo tan claramente marcado con Él Mató es la cantidad de canciones que quedan afuera. Canciones de otro contexto, tal vez incompatibles en el mismo marco espacio-temporal. En diciembre Santiago pasó por Montevideo con su puñado de canciones para presentarlas por primera vez acá. El sábado 21 de febrero, aprovechando sus vacaciones, decidió volver a presentarse en Bluzz, esta vez acompañado de su amigo de la infancia Koyi. En el marco de este nuevo show, la diaria tuvo la oportunidad de conversar con Santiago Motorizado.

¿Cómo estuvo la fecha de diciembre en Bluzz? ¿Era la primera vez que te presentabas solo en Montevideo?

Era la primera vez solo en Montevideo. La verdad es que estaba un poco nervioso y ansioso, pero todo salió perfecto. Nekro y Mauro fueron dos anfitriones de lujo, unos verdaderos genios; fue una jornada inolvidable. El bar estaba lleno y la gente parecía disfrutar.

Esta vez venís con Koyi como invitado, un artista que acá no se conoce mucho. ¿Cómo lo presentarías?

Es un amigo de la infancia y es el primero de nuestro grupo de amigos que empezó a hacer canciones. Así que para mí es una influencia directa. Hace unas canciones increíbles, simples pero cargadas de mucho sentimiento.

¿Qué te llevó a encarar un formato solista?

Siempre estoy haciendo canciones, pero muchas veces siento que algunas no encajan en el universo de Él Mató a un Policía Motorizado, así que las separo y las dejo para estos momentos más solitarios. Aunque también toco con bandas que van rotando. Además, tengo canciones guardadas para otros proyectos, más extremos. Vamos a ver qué sale de eso.

¿Cómo tomás el proceso de adaptación de las canciones de Él Mató a formato solista?

Muchas veces, cuando toco en formato solista, me piden canciones de Él Mató, pero la idea es tocar este otro set, aunque tampoco me gusta hacerme rogar. Es un momento en el que uno se encuentra en un lugar extraño y divertido, pero como soy muy blando termino cumpliendo con los pedidos.

¿Cómo surgió la relación de la banda con J, de Los Planetas?

Cuando Los Planetas vinieron a Buenos Aires, alguien les pasó nuestros discos y J se hizo bastante fan de la banda. Fue algo hermoso. Luego, cuando fuimos a España, nos vino a ver y nos hicimos muy amigos. La verdad es que son unos genios; buenas personas y grandes artistas. En 2014 pudimos cumplir el sueño de tocar con ellos en nuestra ciudad, La Plata, y fue algo hermoso e inolvidable.

Dado que la banda ha alcanzado una gran masividad, supongo que a la hora de componer canciones debe ser complicado manejar la presión. ¿Cómo la llevás?

No, hay una presión primera, que es hacer canciones que les gusten a los chicos. Ésa es mi máxima presión. Si a ellos les gusta está todo bien. Si después les gustan a nuestros seguidores o a quien sea, mejor. Claro que uno siempre quiere gustar, pero no hay que mezclar ese sentimiento con el proceso creativo.

Hace un tiempo recorrió las redes un video en el que tenés la chance de encontrarte con el actor Seth Rogen. ¿Cómo fue eso?

Lo hice para hacer reír a mi novia. Estábamos de vacaciones en Nueva York y Seth Rogen daba una conferencia en el NY Times. Fuimos, y el dato clave es que regalaban cerveza en la entrada, así que me animé a hacer esa tontería. Fue divertido.

¿Qué queda de ese pibe que entró a estudiar el bachillerato de Bellas Artes en La Plata en el Santiago Motorizado que sos hoy?

Creo que mucho. Me río de las mismas cosas, sigo escuchando los discos de Los Ramones, me gustan las mismas comidas y me entusiasma mucho la salida de la nueva película de Star Wars. Fui acumulando experiencias y aventuras muy hermosas y divertidas.

En tus letras hay una continua referencia al abismo, al terror, al fin de los tiempos, pero también a los afectos y a la cotidianidad. ¿Cuánto hay de autobiográfico en ellas?

Seguramente mucho. Me gusta mezclar lo cotidiano con algo fantástico, ajeno, mezclar cosas que a priori parecen antagónicas en las letras y en la faceta musical y estética.

Se habla mucho de que la escena platense, tal vez por saturación, se está homogeneizando. Es decir, que las bandas cada vez se parecen más entre sí. ¿Cuál es tu visión al respecto?

No me parece a simple vista, pero puede ser. Tendría que analizarlo mejor, con las bandas nuevas que fueron saliendo. Más allá de todo, me sigue entusiasmando mucho.

Para una banda como Él Mató, que desde lo independiente ha conquistado todo lo imaginable y más, ¿qué se ve en el futuro?

Seguir haciendo esto. Cuando hacés algo que te gusta mucho, lo más simple es seguir haciéndolo hasta el final.
(Nota publicada en La Diaria el 25/02/2015)

jueves, 12 de febrero de 2015

La Lógica Escato

Tenemos que hablar decía con su voz aguda mientras se alejaba cada vez que nos cruzábamos por la calle. Yo siempre le decía que la próxima vez sería. En ese tiempo yo vivía mucho en la calle, sentado en cordones o pateando veredas. Vivíamos en el mismo barrio y cursábamos la misma carrera, así que la escena se repetía seguido. Todas las veces la pateé para adelante, tanto que la pelota terminó afuera de la cancha. Esta vez Ruy tenía una idea más ambiciosa: Ya no era un mediometraje o un blog. Quería que editáramos una revista nosotros dos. La Lógica Escato se iba a llamar. Por alguna razón incomprensible le gustaba mucho mi forma de escribir. Yo lo quería como se quiere a un hermano mayor o a un mentor y recuerdo que se fascinaba con mis historias de la noche turbia montevideana: Famosos presentadores de televisión saliendo de puteros a primeras horas de la mañana, empleados del gobierno en situaciones deplorables por la calle Soriano. Llegando o saliendo de Princess ocultándose del sol. Para él era tan fascinante como lejano ese mundo. "Vos sos un mal tipo, debe ser por eso que te queremos" solía decirme en las reuniones en la sede del Tirabombas Fobal Clú, Club de fútbol ficticio que habíamos formado frente al almacén donde comprábamos la cerveza y la malta. Sus ataques de epilepsia desde que tenía 15 años y la medicación que tomaba no le permitían tomar cerveza así que se engañaba a si mismo con malta. "Lo que más extraño de esa época es poder tomar cerveza" decía y oficiaba de capitán del equipo alentando al consumo del líquido elemento. Puede que yo fuese un mal tipo, no lo niego. Vivía sin rumbo, cualquier lugar donde pudiera apoyar la cabeza  -yo le decía vivir de gitano- era mi hogar por esa noche y era raro que no anduviera entreverado en líos. Pero si me convertí en un ser medianamente decente fue gracias a sus "¿Podes dejar de ser tan tarado?" que comenzaron a tomar mayor relevancia a partir de Febrero del año pasado.
Ruy se fue hace exactamente un año. De la nada. Unos días antes había estado en su casa intentando arreglar su computadora y estuvimos toda la noche esperando que se desfragmentara. Ruy era brillante en todo lo referido a Teoría Semiótica y Cine pero no se daba mucha maña para reinstalar un sistema operativo. Esa noche La Lógica Escato tomó fuerza. Me convenció. Había pensado en la forma de distribuirla y editarla. El iba estar encargado de la parte de humor -siempre fue su especialidad- y yo estaría encargado del resto. No sonaba mal y cuando se me terminaron los puchos le dije que sí. La semana siguiente empezábamos a armarla. Pero la vida es una puta.
Al otro día apareció tirado en su casa. Un ataque de epilepsia luego de años de estabilidad se encargó de llevárselo. 29 años. Una maestría a medio terminar. Un grupo de amigos/hermanos en shock. El corazón del grupo había dejado de latir y de a poco las partes se fueron alejando y la unidad dio paso a amistades lejanas.
Ese gigante bueno, con pinta de pirata venido a menos y una facilidad para el chiste que pondrían en vergüenza al propio Cucuzú se fugó de callado. No pude llorar, ni escribir, nada. Meses pasaron antes que pudiera caer en razón.
Sus textos quedaron repartidos: El estaba convencido que yo tenía contactos en el mundo editorial -lo cual no era muy cierto- y me dio un libro escrito por él para ver si podía ser publicado. Lo acerqué a quienes creí indicado pero nadie se interesó por "La mejor manera de matar a un zombie". Yo sí. Lo leía bastante seguido el manuscrito y de hecho todavía lo hago. Es un peligro esa especie de Ouija online que son los correos viejos, aunque a veces ayudan a recordar. Como ese mail con asunto "LA LÓGICA ESCATO es al futuro lo que Charlie Sheen es a Emilio Estevez" anunciando nuestra próxima juntada.
Hace un año ya y el mundo nos viene cagando a palos pero seguimos acá, sin aflojar, con la guardia siempre en alto y una cerveza en la mano.
Como dijo el señor Napolitano: "no detenga su motor"

http://mediorama.blogspot.com/2011/10/ruy-ramirez.html

lunes, 2 de febrero de 2015

Ideas para el 2015: Volver a las cuevas

Vamos por la mitad de la década y ha pasado de todo. Hace cinco años todo iba viento en popa, empezaban a abrir y crecer lugares para shows en Montevideo. Las bandas de la escena local estaban realmente emergiendo. Es decir, sus públicos estaban creciendo y era normal ver shows de bandas chicas con una convocatoria de doscientas personas como si nada. Existía el espacio donde hacerlo. Existía el café. Toques gratuitos, cachet para las bandas, espacio físico para más de doscientas personas y gente que comenzaba a ir a shows sin importar quien tocara. Había que estar. Por primera vez para toda una generación nacida a fines de los ochenta, principios de los noventa, algo estaba pasando en Montevideo y era importante. Teníamos el espacio, habíamos bandas, estaban los medios y estaba la necesidad y la urgencia. El sótano explotaba cada una de las noches e incluso había madrugadas en las que había que bajar la llave general para que la gente se fuera y aún así insistían en quedarse. El futuro era prometedor pero aún mejor, el presente era nuestro. Podíamos cambiar las cosas.
Pero a la municipalidad, como bien es sabido, nunca le gustaron los cambios y a la vida, como también es sabido, nunca le gustó eso de hacerte las cosas fáciles. Es así que en el 2011 y en su punto de mayor apogeo el café cierra por ruidos molestos. Bajó el telón en forma de cortina metálica y una cinta amarilla policial cubrió la puerta en señal de que ese lugar no volvería a abrir ni volvería a ser lo que una vez fue. Entre músicos, escritores y público en general intentamos juntar de firmas, quejarnos, tomar medidas. Nada sirvió, el mundo siguió su rumbo y nuestro pequeño universo fue destruido así sin más. Como si se tratara de una pequeña casa en medio del campo a demoler para construir una autopista. La vida siguió, la casa se derrumbó y la autopista quedó ahí, inutilizada como para recordarnos que hubo un tiempo que supo ser nuestro y que ese tiempo ya se fue.
El tiempo pasó y el agujero que dejó el café fue irreemplazable. Es verdad que nacieron nuevos espacios con una política similar, léase Solitario Juan o el Club de Bochas del Parque Rodó, pero también es cierto que son lugares de una capacidad mucho menor. Quedamos todos ahí. Una generación entera de huérfanos que nos fuimos reacomodando en las pocas casas que encontramos vacías. Habíamos salido de las cuevas a la superficie, no al Solís -nunca nos interesó- y tras confiarnos, la realidad nos dio como un caño y tuvimos que buscar refugio rápido en esa superficie extraña. Era lo que quedaba.
2015. Pareciera que nos ganó la conformidad. Todo el mundo se queja de la falta de espacios, añora esa época pasada, pero se conforma con esperar tres meses para tocar en el único bar. Las bandas se han limitado a tocar en los lugares que hay a disposición mientras que algunos, más osados, han buscado espacio para hacer shows en casas, bajando los decibeles de la música y apuntando a formatos más acústicos. Pero hay un gran problema: Todo es en el centro. Todo. Y si no es el centro es Ciudad Vieja. Todo se ha concentrado en un radio de unos pocos kilómetros. No sea cosa que haya que moverse, que necesidad. Dudo que todos los músicos locales vivan en el centro, demográficamente es imposible ya que sería imposible caminar si tal fuese el caso.
Hay que salir. Montevideo de por sí ya es chico y lo estamos achicando aún más. Pareciera que la ciudad terminara en el Palacio Legislativo, que más allá no hubiera nada. No puede ser. La endogamia de la escena ya está dando paso a una especie de antropofagia donde las bandas, dado el espacio reducido, el poco público y el encierro, tengan que devorarse unas a las otras para sobrevivir. No es así. Es una condena de muerte. Una burbuja aislada, sin filtros para que entre aire, mata todo lo que ahí dentro resida. Y éste parece ser el caso.
El 99% de las bandas, entre las que me incluyo, se va a quejar o se queja de la ausencia de público.. El cassette medio que ya viene programado: "Somos pocos, mercardo chico, población avejentada, gente sin ganas de conocer cosas nuevas, bla bla bla".  Me resisto un poco a pensar así. Si bien es real que parte de verdad hay en la respuesta repetida también hay algo aún más profundo: Somos vagos. Nos ganó la comodidad. Las bandas no quieren moverse para que el público los vaya a ver. Quieren que el público vaya a ellas. Pareciera que si se olvidaran de donde salimos todos. Se olvidaron de las cuevas, de ir a tocar a donde se pueda y como se pueda. No voy a olvidar al adolescente que tras un toque en Santa Lucía vino a abrazarme y darme las gracias, más allá de por el show, por el simple hecho de haber ido. Pensándolo un poco no es tan loco ni impensado salir un poco del centro. Todavía no logro entender el miedo de muchas bandas a salir de esas pocas cuadras, de su zona de confort. Tal vez sea porque es el único lugar donde son conocidos y teman enfrentarse a la realidad. La escena  actual es una escena invisible. Solamente perceptible para las personas que la integran. Moverse del centro, en parte, sería aceptar su anonimato y puede que para algunas psiquis eso sea complicado de llevar.
Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña decía un viejo refrán. Tal vez sea hora de dejar las zonas de confort y largarse al anonimato. A tocar en otros barrios: Sayago, Capurro, Lezica, Peñarol, La Teja, La Unión, La Blanqueada, La Comercial. La lista es enorme. Cualquier casa sirve, cualquier recinto se puede usar. No es necesario, ni tampoco útil hacer shows con apoyo de la intendencia ya que es como poner una vidriera frente a la gente de esos barrios mostrando lo que se hace en el centro. Eso genera una separación. Hay que mezclarnos, estar ahí.
Basta de Centro, Palermo, Barrio Sur y Ciudad Vieja. Ese terreno está más gastado que la tierra después de un par de plantaciones de soja. Ya nada crece ahí. Abramos la burbuja, salgamos a la ciudad, arranquemos de cero y volvamos a las cuevas. Es hora de armarnos.