lunes, 2 de febrero de 2015

Ideas para el 2015: Volver a las cuevas

Vamos por la mitad de la década y ha pasado de todo. Hace cinco años todo iba viento en popa, empezaban a abrir y crecer lugares para shows en Montevideo. Las bandas de la escena local estaban realmente emergiendo. Es decir, sus públicos estaban creciendo y era normal ver shows de bandas chicas con una convocatoria de doscientas personas como si nada. Existía el espacio donde hacerlo. Existía el café. Toques gratuitos, cachet para las bandas, espacio físico para más de doscientas personas y gente que comenzaba a ir a shows sin importar quien tocara. Había que estar. Por primera vez para toda una generación nacida a fines de los ochenta, principios de los noventa, algo estaba pasando en Montevideo y era importante. Teníamos el espacio, habíamos bandas, estaban los medios y estaba la necesidad y la urgencia. El sótano explotaba cada una de las noches e incluso había madrugadas en las que había que bajar la llave general para que la gente se fuera y aún así insistían en quedarse. El futuro era prometedor pero aún mejor, el presente era nuestro. Podíamos cambiar las cosas.
Pero a la municipalidad, como bien es sabido, nunca le gustaron los cambios y a la vida, como también es sabido, nunca le gustó eso de hacerte las cosas fáciles. Es así que en el 2011 y en su punto de mayor apogeo el café cierra por ruidos molestos. Bajó el telón en forma de cortina metálica y una cinta amarilla policial cubrió la puerta en señal de que ese lugar no volvería a abrir ni volvería a ser lo que una vez fue. Entre músicos, escritores y público en general intentamos juntar de firmas, quejarnos, tomar medidas. Nada sirvió, el mundo siguió su rumbo y nuestro pequeño universo fue destruido así sin más. Como si se tratara de una pequeña casa en medio del campo a demoler para construir una autopista. La vida siguió, la casa se derrumbó y la autopista quedó ahí, inutilizada como para recordarnos que hubo un tiempo que supo ser nuestro y que ese tiempo ya se fue.
El tiempo pasó y el agujero que dejó el café fue irreemplazable. Es verdad que nacieron nuevos espacios con una política similar, léase Solitario Juan o el Club de Bochas del Parque Rodó, pero también es cierto que son lugares de una capacidad mucho menor. Quedamos todos ahí. Una generación entera de huérfanos que nos fuimos reacomodando en las pocas casas que encontramos vacías. Habíamos salido de las cuevas a la superficie, no al Solís -nunca nos interesó- y tras confiarnos, la realidad nos dio como un caño y tuvimos que buscar refugio rápido en esa superficie extraña. Era lo que quedaba.
2015. Pareciera que nos ganó la conformidad. Todo el mundo se queja de la falta de espacios, añora esa época pasada, pero se conforma con esperar tres meses para tocar en el único bar. Las bandas se han limitado a tocar en los lugares que hay a disposición mientras que algunos, más osados, han buscado espacio para hacer shows en casas, bajando los decibeles de la música y apuntando a formatos más acústicos. Pero hay un gran problema: Todo es en el centro. Todo. Y si no es el centro es Ciudad Vieja. Todo se ha concentrado en un radio de unos pocos kilómetros. No sea cosa que haya que moverse, que necesidad. Dudo que todos los músicos locales vivan en el centro, demográficamente es imposible ya que sería imposible caminar si tal fuese el caso.
Hay que salir. Montevideo de por sí ya es chico y lo estamos achicando aún más. Pareciera que la ciudad terminara en el Palacio Legislativo, que más allá no hubiera nada. No puede ser. La endogamia de la escena ya está dando paso a una especie de antropofagia donde las bandas, dado el espacio reducido, el poco público y el encierro, tengan que devorarse unas a las otras para sobrevivir. No es así. Es una condena de muerte. Una burbuja aislada, sin filtros para que entre aire, mata todo lo que ahí dentro resida. Y éste parece ser el caso.
El 99% de las bandas, entre las que me incluyo, se va a quejar o se queja de la ausencia de público.. El cassette medio que ya viene programado: "Somos pocos, mercardo chico, población avejentada, gente sin ganas de conocer cosas nuevas, bla bla bla".  Me resisto un poco a pensar así. Si bien es real que parte de verdad hay en la respuesta repetida también hay algo aún más profundo: Somos vagos. Nos ganó la comodidad. Las bandas no quieren moverse para que el público los vaya a ver. Quieren que el público vaya a ellas. Pareciera que si se olvidaran de donde salimos todos. Se olvidaron de las cuevas, de ir a tocar a donde se pueda y como se pueda. No voy a olvidar al adolescente que tras un toque en Santa Lucía vino a abrazarme y darme las gracias, más allá de por el show, por el simple hecho de haber ido. Pensándolo un poco no es tan loco ni impensado salir un poco del centro. Todavía no logro entender el miedo de muchas bandas a salir de esas pocas cuadras, de su zona de confort. Tal vez sea porque es el único lugar donde son conocidos y teman enfrentarse a la realidad. La escena  actual es una escena invisible. Solamente perceptible para las personas que la integran. Moverse del centro, en parte, sería aceptar su anonimato y puede que para algunas psiquis eso sea complicado de llevar.
Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña decía un viejo refrán. Tal vez sea hora de dejar las zonas de confort y largarse al anonimato. A tocar en otros barrios: Sayago, Capurro, Lezica, Peñarol, La Teja, La Unión, La Blanqueada, La Comercial. La lista es enorme. Cualquier casa sirve, cualquier recinto se puede usar. No es necesario, ni tampoco útil hacer shows con apoyo de la intendencia ya que es como poner una vidriera frente a la gente de esos barrios mostrando lo que se hace en el centro. Eso genera una separación. Hay que mezclarnos, estar ahí.
Basta de Centro, Palermo, Barrio Sur y Ciudad Vieja. Ese terreno está más gastado que la tierra después de un par de plantaciones de soja. Ya nada crece ahí. Abramos la burbuja, salgamos a la ciudad, arranquemos de cero y volvamos a las cuevas. Es hora de armarnos.

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