martes, 25 de octubre de 2016

La mierda, cuando viene de arriba, hiede más.

Son las diez de la mañana y llego a un apartamento vacío. Llueve un poco. Vacío es un decir. Al abrir la puerta me recibe una montaña de tachos de pintura, membrana aislante, masillas de colores, escaleras y pinceles. El mueble está en el cuarto me dijeron. Podrían haber avisado que el baño todavía no estaba instalado.
No me preocupo mucho. El caos es mi amigo. Más que amigo es mi compañero de ruta. Tal vez sea la única constante en mi vida hasta ahora. Ese mismo caos fue el que me llevó a danzar por distintos trabajos. Desde portero nocturno en un edificio cerca de la rambla hasta un nombre rarísimo para decir "creativo" en una agencia digital llena de yuppies-pichones de Steve Jobs. Sí, así de extremo pero para nada lineal. Aparecía y desaparecía. Lo reconozco, era fascinante. Podía estar trabajando unos meses cómo reponedor de un supermercado, desaparecía, aparecía editando un portal de noticias, desaparecía, aparecía atendiendo llamadas de clientes enojados porque no habían recibido su paquete, desaparecía, aparecía de supervisor de una campaña estratégica de marketing. ¿Qué carajos hace un pibe que terminó el liceo en el nocturno ahí? Ese alto grado de caos, de imprevisibilidad, me resultaba sumamente atractivo y aterrador.  
Mientras veo el mueble me río recordando la agencia. ¿Cómo carajos hice para aguantar en ese lugar?
Para algunos es/era el trabajo soñado: Oficina, sala de videojuegos, trabajar con ideas, ocho horas, buen sueldo y vista a la ciudad. Para mi era un suplicio interminable. La gente suele destacar -entre las ventajas de trabajar en una oficina- el hecho de no tener que romperse el lomo, no cansarse físicamente cómo lo haría por ejemplo un carpintero. Acá los paro, me aburro y me bajo. Si bien la oficina no utiliza el trabajo físico, sino el mental, sus condiciones desechan al cuerpo -ocho horas sentado frente a una pantalla el cuerpo se afofa, deforma y muere. Daría lo mismo que quién realizara el trabajo fuese un ser humano o un cerebro en un tacho conectado mediante cables LAN a la red para buscar y analizar tendencias.
No conozco trabajo más alienante que el de una oficina y específicamente el de una agencia creativa. Cientos de cerebros dedicados durante horas y horas a generar ESE post, ESE banner, ESA idea, ESE viral que atraiga más y más clientes a una empresa. Que haga que vos que estás leyendo esto le des me gusta y se lo pases a tus amigos. Mentes completamente dedicadas a esas empresas/monstruos con "rostro humano" que deciden llevar agua a un pueblo en el medio del desierto para mostrarse preocupadas por lo social. Una idea que puede resultar noble pero con un fin perverso. Perfecto, es lo que precisan. Así como cambiar los productos para que sean "eco-friendly", en algunos casos ni siquiera cambiarlos, solo pegarles la etiqueta verde dado que está estudiado por el equipo de mercadotecnia que el 85% de los jóvenes de clase media alta se preocupan por el medio ambiente y deberíamos hacer que empiecen a vincular a nuestra marca con lo ecológico para ganar mercado. Todo para que unos accionistas puedan prender su habano con un billete de cien dólares y sus CEOs puedan hacer viajes de retiro espiritual a Nepal, India o flashear con Ayahuasca por el gran cierre de trimestre que tuvieron gracias a su nueva imagen. Budismo occidental, armonía con el universo pero siempre con el bolsillo lleno y el accionista contento.
La imagen es sólo eso. Imagen. Una careta con la que el monstruo se nos presenta no tan aterrador. Cientos de personas que corren detrás de las tendencias y que buscan imponer otras en pos de una buena performance para sus marcas/empresas.
Cómo odiaba ese lugar. Nerds jugando a estar en Silicon Valley, jefes buscando ser el próximo Steve Jobs vernáculo, meetings para evaluar la performance de las ideas y el ROI. El puto ROI del que los pichones de CEO están enamorados al punto tal de que si se pudiera materializar se lo cogerían en el baño. En lo que a mi respecta el único Roy que importa es Roy Orbison, pero ese ya es un juicio particular que nada tiene que ver -o sí- con el tema.
Miro de nuevo el mueble. Avancé bastante. Faltan pintar las partes más complicadas. Para llegar a pintar el fondo voy a tener que retorcerme y sostener la lata con una mano mientras pinto con la otra. No me molesta. De hecho es bastante divertido. Es verdad, cuando llegue a casa me va a doler la espalda. Si siguiera en la oficina ese no sería un problema porque todas las sillas estarían debidamente diseñadas para ser ergonómicamente adecuadas -según el ISO 25450- para poder sostener un cuerpo durante varias horas sin generar molestias. La mente, sin embargo, duele, se cansa, llega a su límite. Quiere llegar a casa, pedir comida, mirar la serie del momento y no pensar en nada. Rumiar. Sí, eso que hacen las vacas cuando miran a la nada. Convertirse en un rumiante. La alienación máxima, ya no corpórea, sino mental. Lo reconozco, yo rumiaba. Un poco por cansancio y un poco para evitar la idea de que estaba gastando mis ideas y mis horas de vida en hacer que la gente creyera que confiarle sus ahorros a una empresa usurera era una buena idea. La alienación máxima. La naturalización en su forma consciente e inconsciente. Me tranquilizaba el caos. Me aferraba a la esperanza de que pronto iba a desaparecer y aparecer en otro lado. Tal vez vendiendo jabones en la feria o colgado de un arnés arreglando cables. No podía faltar mucho.
El problema de la pintura sintética es su viscosidad. Tras varias manos de pintura el pincel queda adherido a la mano casi cómo si fuese pegamento. La piel se irrita, los brazos se acalambran y las manos no vuelven a ser las mismas luego de varias pasadas por aguarrás. Igualmente es probablemente el mejor trabajo en el que haya aparecido. El mueble está terminado. Llego a casa físicamente cansado, efectivamente me duele la espalda, pero la mente está intacta. Es un buen momento para volver a escribir y sacar al muerto de abajo de la cama. Una vida más tranquila, sin lujos pero cien por ciento libre de idioteces. Tal vez mañana amanezca cómo guía de viaje a Bariloche (por favor no) o Director Técnico de un equipo de la B. En todo caso espero quedarme acá lejos de los yuppies, los CEOs y toda la mierda que se levanta en la ciudad. Porque la mierda, cuando viene de arriba, hiede más.

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